El pasado domingo se emitió en Estados Unidos el final de la tercera temporada de True Blood, la serie de vampiros sureños creada por Alan Ball (A dos metros bajo tierra) basándose en la saga de libros de la escritora Charlaine Harris. La serie, como los libros, nos sitúa en un presente ficticio en el que unos científicos japoneses han logrado crear sangre artificial. Eso hace que los vampiros dejen de ocultar su existencia ya que ahora, en teoría, no necesitan a los humanos para alimentarse.
Esta tercera temporada de True Blood ha vuelto a mostrarnos las aventuras de Sookie Stackhouse (Anna Paquin), de su novio vampiro Bill Comptom (Stephen Moyer) y del resto de habitantes de Renard Parish y Bon Temps, pero sobre todo se ha dado protagonismo a Eric Northman (Alexander Skarsgård), que poco a poco se está convirtiendo en uno de los personajes más atractivos y complejos de una serie que tiene éxito porque nunca ha intentado tomarse en serio a sí misma.
La segunda temporada de True Blood finalizó con el secuestro de Bill Compton. En esta tercera conocíamos que sus secuestradores eran hombres lobo y que todo había sido organizado por Russell Edgington (rey vampiro de Mississippi) que quiere que Bill le ayude a hacerse con el control de Louisiana traicionando a su reina, Sophie-Anne (Evan Rachel Wood), y haciendo públicos sus negocios ilegales de tráfico de sangre de vampiro.
Sookie se pone en marcha para rescatar a Bill, para lo que contará con la ayuda del hombre lobo Alcide (Joe Manganiello), pero a lo largo de la temporada empieza a mostrar cada vez una mayor desconfianza hacia su novio, que llega a su punto máximo con las revelaciones de la season finale sobre el inicio de su relación. Paralelamente, crece su atracción por Eric.
Los argumentos secundarios de esta última temporada de True Blood han tenido que ver con el reencuentro de Sam Merlotte (Sam Trammell) con sus padres biológicos y el intento de mantener una relación con su conflictivo hermano Tommy (Marshall Allman), otro cambiaformas. A lo largo de estos últimos episodios se nos ha mostrado una faceta mucho más dura y violenta de Sam, algo que también se ha hecho patente en el episodio final.
Jason Stackhouse (Ryan Kwanten) ha intentado enderezar su vida entrando en el cuerpo de policía, pero sus dos principales características, su falta de inteligencia y su fogosidad, no le han puesto las cosas fáciles. Su extraña relación con la todavía más extraña Crystal (Lindsay Pulsipher) le ha dejado al final de la tercera temporada de True Blood como pastor de un extraño rebaño.
Los primos Tara (Rutina Wesley) y Lafayette (Nelsan Ellis) han tenido en esta tercera temporada su dosis de relaciones problemáticas. Tara empieza una relación con Franklin, un vampiro que la tortura e intenta transformarla. Abrumada por sus numerosos problemas, Tara decide dar un cambio a su vida y todo parece indicar que va a dejar Bon Temps.
Mientras tanto, Lafayette parece haber encontrado el amor con Jesús (Kevin Alejandro) el enfermero que cuida de su madre. Sin embargo, en la season finale éste le revela que es un brujo y parece que el propio Lafayette tiene ahora el don de ver cosas sobre la gente que le rodea, como las manos manchadas de sangre de Sam.
La tercera temporada de True Blood finaliza por tanto dejando abiertas muchas de las tramas argumentales y con más misterios que soluciones. Los cliffhanger son habituales en la serie, pero normalmente siempre se han cerrado las distintas historias antes de dar la sorpresa introduciendo el argumento de la siguiente temporada. Esta vez da la impresión de que los guionistas nos han dejado a medias y tendremos que esperar hasta el próximo verano para obtener respuestas.
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